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Epifanik 2. De las proporciones de estas mundis.

  • Foto del escritor: Ieni Poetas Epifanías
    Ieni Poetas Epifanías
  • 24 ago 2019
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 25 ago 2019

Toledo, Tulaytula, Toledot, Toledum, agosto 2019. En Toledum reposa la ventana más pequeñita del mundo, puedes taparle con una mano. Apuntada en el libro de récords guinness, tiene un borde macizo, con una inscripción de redonda letra árabe. Según Raquel, de free Tour, explicó, hay dos o tres súper hipótesis sobre su utilidad. De oficio hiper inspectora, apoyé la mediana oreja en aquel orificio chico. Los conocimientos llegan, como me dijo mi amigo enorme Walter, ajenos a cualquier minúscula voluntad, como un golpe de gran suerte. Los suaves sonidos que atravesaron la ventanita para aterrizar en mis oídos, no encuentran inscripción en alfabeto alguno. Son más mudos que la campana gorda de la catedral primada en aquella urbe. Cerca de la diminuta ventana hay una campana que pesa 14 mil kilos, sólo pudo llegar hasta lo alto de la magnum iglesia gótica, luego de dos años de cálculos, por el ingenio y las habilidades de un gran grupo de marineros llegados de la mini Cartagena, dirigidos por un enorme alférez de audaz fragata. Tuvieron que derrumbar la alta torre de la catedral, porque la gigante no entraba en su destino. La primera vez que sonó, dieron a luz todas las mujeres y varones de aquellos reducidos pueblos. A los dos párvulos meses, por un pelo atrapado en la fundición que su integridad comprometió, la bestia se quebró. La campana gorda está callada, con el barajó de bronce tendido en el suelo, sin descomunales vibraciones y alumbramientos. Sobre un vasto peñasco rodeado por el largo río Tajo, se asentó la capital de antiguos reinos. Amurallada, enseñoriada, tulaytula está atiborrada de monasterios, mezquitas y sinagogas, hoy mayúsculos monumentos para el mucho turismo ávido de magnos ensueños (Mac excursionismo barato para alimentar tu depresión gourmet, rezaba en aerosol uno de sus patrimoniales muros). Desde que la gran realeza se llevó sus palacios y oro a Madrid, la ciudad pintada con trampaojos confunde excelsos balcones dibujados y fabricados. Toda visión allí se vende. Toda espada de Hollywood allí se forja. Toda estrechez allí se siente. Es tan apretado cruzar sus delgados pasillos, como andar por las ruinas debajo de su piso. Voluminosas aguas y ciudades la corren bajo su trémulo suelo, para asomarse de improviso entre las medianas perchas de una gran tienda de ropa en la extensa judería. Sus largos acueductos, cuevas hondas e interminables pasadizos subterráneos son escondite de enormes almas guerreras, que a la profunda noche se levantan, cuando los enanos turistas, de vuelta en la diminuta Madrid, hemos abandonado la súper plaza. En Toledo están las cosas más pequeñas y grandes de este mundo. El cuerpo suena de una proporción tan extraña, que parece raro ser human. En una ciudad de historias plenamente mercantalizadas, lo que escuché en aquella pequeñísima ventana fue gratis, como fue gratis el gran silencio de la gorda campaña y la entrada a una antigua mezquita cristianizada, convertida en modesto centro de arte. El altar convertido en escenario de profanas canciones, deja Toledo al descubierto, despliega todas sus verdades, diminutas y gigantes, con olor a tanto teatro.

 
 
 

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